POR LA CARNE ESTREMECIDA, por CARMEN HERNÁNDEZ MONTALBÁN.


            
       Leer la novela de José Luis Raya Pérez, Pepe, ha sido una satisfacción para mí. En primer lugar como lectora, pues está escrita para ser disfrutada, más allá de cualquier consideración en el campo de la crítica literaria. La novela se devora, pues sabe mantener el suspense de principio a fin. Una se sumerge en ella sin trabajo. Los personajes en seguida nos resultan familiares, nos llevan de la mano, caminamos junto a ellos, sus heridas nos escuecen y sus logros producen en nosotros una sensación de triunfo, pues son creíbles. Están revestidos de mucha humanidad, por eso se produce la catarsis al instante.
       Pero además, se trata de una obra que, a mi parecer, tiene ese punto distinguido de la buena literatura: cargada de reflexiones muy bien llevadas, casi poéticas que consiguen su propósito: ponernos a meditar.
       En ella se cuenta la historia de Tiburcio, un niño pobre de la posguerra civil española que, además de sobrevivir a las dificultades propias de un ambiente posbélico, le sobrevienen otras a causa de su tendencia homosexual, en un escenario de intolerancia y represión.  El personaje protagonista está rodeado de ángeles y demonios. Sus ángeles: la abuela Dolores, su madre, Remedios, su tía Herminia, el cura Don Anselmo y Adelita. Sus demonios: don Cipriano, don Rufino, don Serafín, Zamudio y la sombra de su padre que marcará su trayectoria vital.
       No es un relato escrito con dureza ni tendencioso. Está escrito con una fina ironía que le resta crudeza a los acontecimientos narrados, aunque estos la tengan, haciéndola muy amena.
    La novela está ambientada en una aldea cercana a Guadix que a mí, personalmente se me antoja Exfiliana. El escenario se ha adornado con elementos imaginados, de la cosecha del autor. Es un Guadix enriquecido con imágenes casi oníricas que lo hacen más singular si cabe. Por momentos parecen irreales, como si de un Macondo de “Cien años de soledad” se tratara.
     Recomiendo esta novela, no sólo porque el autor sea amigo y paisano mío sino porque, en justicia, merece ser conocida.


Carmen Hernández Montalbán.

Vieja fotografía de mendigos, por DORI HERNÁNDEZ MONTALBÁN.

   
Foto de Valverde.

   El sol era de limón, la mañana estaba fría, fría como la misma calle. Debía ser un día de enero, desnudo y pelado enero del Guadix de mil ochocientos noventa y tantos. el ciego de Salamanca andaría con su lazarillo Juanillo en busca de algo que llevarse a la boca, como aquel otro de Tormes. Este lazarillo podría muy bien llamarse Juanillo con esa cara tan linda y vivaracha. Puede que hasta fuera goloso. Entonces, quedaría pegado al cristal de la pastelería de la Señá Frasquita Casas, observando minuciosamente cómo la distinguida parroquia que la frecuentaba, engullía y se deleitaba con las especialidades de la casa: tortas griegas, cubiletes de crema o pasteles de hoja con relleno. Todos lo mirarían sin verlo como si Juanillo fuera invisible, por eso nadie se apiadaría de ellos. Los señores continuarían desayunando como si tal cosa, mientras tanto, el ciego de Salamanca daba collejas al lazarillo para que abreviara en aquello de mirar tanto. El ciego tenía cara de pocos amigos, hasta fama de mala sangre, de seguir así las cosas tendría que ir al hospicio, como tantas otras mañanas, si quería desayunar. 
   Aunque el ciego al parecer se servía de varios oficios y no pocas tretas para poder salir adelante, pues siempre andaban apurados. Los más viejos contaban que nuestro ciego acostumbraba a tocar la guitarra algunas noches en la casa de putas, pues al ser ciego y medio músico, era la persona idónea para amenizar las oscuras y secretas veladas de los que por allí andaban a hurtadillas.
   Al parecer también era hombre piadoso. Se dice que tenía por costumbre, casi la obligación de llevar luz a la Ermita de San Lázaro y de paso recoger las limosnas que donaban al Santo los devotos y necesitados de favores, de este modo, San lázaro siempre tenía alguna mariposa de luz y el ciego calderilla.


I

   "Las estautas, esas..., esas saben como yo el frío que hace. Ustés no tanto, ustes ná más que pasan frío cuando vienen a la iglesia, y poco en comparación con el que pasamos los probes..." -diría la Tomasa hincada como un poste en la puerta de la catedral, sujetándose el raído mantón y la garrota, a la espera de limosna, enseñando su pucherico de arcilla vidriada, por si alguna señorica se ofrecía a llenárselo de algo caliente. 
   Mientras tanto, la gente iría entrando a misa y daría su último toque la campana que llamaban De los Reyes. Gente con los zapatos muy límpios y muy gastados, se mirarían entre ellas y dirían: 
    - ¡Válgame Dios, el Señor nos libre".
   La mirarían con recelo y algunos se taparían la boca y echarían hacia atrás la cabeza al pasar a su lado, como el que pasa frente a un apestado. Cuando hubieran entrado todos, ella se sentaría. Sentiría que el mármol de la escalinata no estaba tan frío como de costumbre, -"Mejor hubiera sio no venir..."- pensaría. 
   Cerraría los ojos y se apretaría lo más posible el manto -"mejor me quedo aquí antes que venga otro"-. Después de un ratillo la despertó el bullangueo de la salida de misa. Las gentes saldrían de dos en dos, o de tres en tres.
    - Aquí fue donde murió el pobre Froilán Payan..., dicen que fue al colocar la verja ¿no?.
    - Eso dicen.
    - El señor lo tenga en su Gloria.
    - Señor, Señor, con el frío que hace y esta mujer aquí. ¡Anda a tu casa hija! ¡Ay Dios mío!.
    La Tomasa pensaría: "Ná, no se dejan caer ná, y es que hasta los ricos se están quedando probes", mientras se alejaban las mujeres de dos en dos en dos o de tres en tres, con la piel blanquísima, casi transparente de cristianas viejas -"¡Bah!, me iré a la Glorieta! -se diría la Tomasa -allí estarán los otros: las mozas de cría y alguna señorica, me darán algo..., algo es algo, menos de una piedra... ¡tíos escalichaos, cenizos!.
   Así, hilvanando pensamientos, muy poquito a poco entrarían en la Plaza de la Constitución y metería su mano en la fuente de la Mona, con la intención de coger un buchillo de agua para beber, y la escupiría rápidamente, pues el agua era puro hielo. Continuaría su camino renegando, echando sapos y culebras por la boca, disgustadísima a causa de aquel agua helada. Culpando a la misma fuente como si esta fuera criatura y tuviera capacidades sólo visibles a sus ojos. 
    Para cuando la Tomasa llegó a la glorieta, el sol había dejado de ser un pomelo oculto entre la neblina, para dar paso al astro victorioso, dador de vida y calor. Muy quietecita quedaría ella absorbiendo aquellos tibios rayos. Notaría cómo la sangre antes helada fluía ahora por las arterias. Sí, así fue cómo sintió que su cuerpo entraba en calor, cómo plácidamente quedaría dormida. Volvió a sentir un hilito helado que resbalaba por sus piernas, sí, se había orinado, de puro placer, sin poderlo evitar, entonces sacudió sus mugrientas ropas, cambió de lugar y como un animalillo aterido y miedoso siguió comiéndose el sol a dos carrillos.

III

   El tercero por la izquierda podría ser cualquiera, pero no había necesidad de preguntar, pues todo el mundo lo conocía como "El tonto de los pucheros". Había estado ahí desde siempre, riendo el infeliz, enseñando sus pocos dientes, con su ojo izquierdo eternamente guiñado, entreabierto apenas cuando lo abría.
   No importaba cómo se llamara, la mayoría hubiera aceptado con naturalidad que no tuviera ni nombre. Unas caritativas mujeres le daban ropa vieja cada cierto tiempo que él lucía con orgullo hasta que se volvía demasiado grasienta, dura y correosa como para llevarla puesta. Andaba siempre de un lugar a otro, de una casa a otra, con la mano puesta pidiendo limosna, y aquella voz entrapada, propia de las criaturas puras y de corto entendimiento.
   Todos le socorrerían porque aquel hombrecillo era como un poco de todos, pues no tenía a nadie en el mundo.

IV

   El segoviano llevaba tapado apenas con un harapo mugriento la parte izquierda del rostro, no sabemos por qué. Habría podido quedar tuerto en una reyerta o se habría quemado esta parte de la cara de chico, al acercarse al calor de la lumbre. Por no tener nada que le calentara el estómago, frecuentaba el calorcillo del fuego y ¿Quedando dormido cayó en él?, no podremos saberlo. Usaba fajín a modo de riñonera y chaleco, del que colgaba un viejo reloj al que tenía infinito apego y custodiaba como oro en paño. Solía echarse sobre los hombros una manta raída de aquellas de seis bandas blancas. Su ojo derecho era vivo y penetrante. Hablaba solo, sus soliloquios lanzaba al aire, a la tierra, a los árboles, de día de noche. Hablaría en las silenciosas y oscuras noches del viejo Guadix, de cuando aun la luz eléctrica estaba por estrenar o recién estrenada, cuando entre dos luces se hacía de todo si había buena luna. Y hablaría a solas también durante todas las mañanas frías o calurosas, lloviera o nevara, porque definitivamente, aquel soliloquio lo habría de mantener ya durante toda su perra vida.
   Aquella mañana tenía seca la boca y áspera la comisura de los labios. Pasaba la lengua por los labios varias veces antes de entrar en faena, su faena era hablar. Miró al horizonte desde la salida de su cueva, el horizonte era extenso y grande. Se atascó el sombrero, se echó la vieja manta sobre los hombros y comenzó a andar sin dirección alguna, a donde le llevaran los pies, aquellos viejos y endurecidos pies que tantos caminos habían andado.
   - Perra mañana, ¡qué hielo criminal!, ¡tío canalla..., pa haberle estrujao los hígados!, ¡me cago en la madre que lo trajo! ¡Los jornales están a cinco reales, tío inquisidor! pa eso ma acuesto, ya he dao batalla, ¡trabaja tú con los güevos! Las herramientas viejas no sirven na más que pa tirarlas. Le diera el cólera. ¡Quita perro, no ladraras lo último!, lo dejan al relente, así está el animal, enrabiao vivo, métete padrento ¡piichoo! Anda con Dios..., tango los pies como el granizo. Sí, sí, venga tocar la campana bien trempanico. Si la acequia no lleva agua es porque la roban, ¡Con lo que ha sío siempre el Chiribaile, que lleva agua aunque no haiga! A la seis de la tarde tienes que ir a dormir aunque no quieras ¿Qué haces to la noche tirao en la calle?.

V

   Se escuchaba también por entonces en Guadix a una mujer loca vociferando. Y los gritos sonaban más cuando las calles estaban sin gente. Sus pasos en cambio eran silenciosos. Calzaba unas alpargatas tan viejas y tan gastadas que acariciaban el suelo. Iba con la cara ladeada hacia su propio corazón, tanto que podría escuchar su latido. Andaba esquivando el frío, rajando la mañana. Se dejaba llevar como una hoja zarandeada por el viento, para terminar en algún rincón acurrucada, y poder llorar después muy despacio y a moco tendido. ¿Qué podría tener en la cabeza para llorar y sufrir de semejante manera?, ¿Cómo saberlo? pero debía de ser algo muy grande y muy triste porque su llanto era un puro alarido. 

VI

   Estos hombres y mujeres eran en esencia pobres de justicia, almas solitarias, hombres en lucha constante con la propia tierra que los vio nacer. Aquella tierra de Guadix, tótem de sobresalto que lo mismo los acogía que los desterraba. Todos, cada cual por su camino y como atraídos por un imán, debieron llegar hasta el barrio de Santa Ana sin previo acuerdo, únicamente guiados por ocultas potencias naturales. Y se dirigieron probablemente hacia algún opulento caserón, donde alguien les dio de comer, donde seguramente se encontraba el hábil observador, el oportuno Jesús Valverde Gómez y les hizo la foto. Ahí quedaron inmortalizados para siempre esbozando con sólo su presencia parte de la vida de aquel viejo Guadix de casi mil novecientos, cuyos caminos no llevaban a ninguna parte, porque por aquel entonces cualquier lugar, por cercano que estuviera parecía estar lejos, muy lejos.
   Poco después caería la tarde, se apagaría el sol, y Guadix pasaría a ser un remoto lugar olvidados de Dios y de los hombres. Y nuestros pobres desandarían el camino para volver a sus cuevas, para poder cerrar los ojos pensando en aquello de "mañana será otro día". Finalmente la noche, como un mago gigantesco, lo cubriría todo de negro. Los perros se tornarían verdes, pequeños monstruos verdes de ojos como carbones encendidos, ladrando enamorados a la luna, a una luna de pechos al aire. La catedral parecería hecha de hielo y escarcha. El viento silbaría por las troneras y barrancos aquello de "Bienaventurados los pobres, porque ellos heredarán la tierra". 

Del libro "Cuentos del viejo Wädis" de Dori y Carmen Hernández montalbán. Editorial Proyecto Sur, 2004,

La luz no se persigue; se encuentra, por MARÍA PIZARRO


(Reflexiones sobre el Libro de Carmen Hernández Montalbán “ LA LUZ DEL FIN DE LA TIERRA” Editorial Nazarí, 2015)


Si nos adentramos en este libro sin prejuicios, con la mirada abierta – sólo con el condicionamiento de que una poeta amiga te pida que presentes su libro en la ciudad que vives. Sólo con esa responsabilidad, que ya en sí es bastante. Porque la amistad es verdadera. Yo me sumerjo en éste, desde el corazón del amigo, del colega, de la compañera que admira.
Y así, adentrándome sin prejuicios, puedo decir que este es un libro lleno de luz desde sus primeras páginas. Que clara y traslucida es la poesía de Carmen Hernández; sin dobleces, clara y sencilla como es la mirada del niño y la mirada del sabio.

La propia oscuridad, que da título a una de las tres partes en que está dividido el libro, está suavizada o esclarecida por el recuerdo.
Oscuridad, que es hablar de soledad, de la pérdida de seres queridos, los muertos que no tienen la capacidad de defenderse.


Dice la poeta ( …) Pero la memoria nunca olvida,/ y como una lluvia primaveral,/ nos devuelve los humores de su desdicha.

 Hablo del poema “Hojarasca” con el que inicia el poemario. Y digo poemario, porque “La luz del fin de la tierra” no es un entresijo de poemas sin nexo entre sí, sino que forman una unidad en torno a la Luz, al significado de esa metáfora.

Los títulos de los poemas son una secuencia de hechos, verdaderas preocupaciones de la autora; y la concepción que tiene del mundo. Desde la del nacimiento o creación, hasta llegar al exilio de sus moradores (el último poema de esta primera parte). Pasando por estadios como el pecado original, insomnio, la contienda que proclama la destrucción y el nacimiento de sentimientos destructivos como la codicia.

Es éste un libro intimista. Carmen habla de sí misma, alternando términos coloquiales “saco sin fondo” con metáforas pulidas como escarabajo de un páramo sin ternura.
Su visión existencial del mundo se refleja en el poema “marea negra”, que recuerda al más puro estilo rosaliano el poema “negra sombra”.

En Plegaria, y también en otros poemas, se observa un canto en contra de la guerra. Y reconoce a los verdaderos culpables, y el verso se vuelve un lamento: como hemos llegado a esto, ellos juegan con nosotros a los naipes, tan sólo son unos cuantos, pero deciden por todos.

Es constante la denuncia de situaciones injustas. La lata del mendigo aborda un tema que le produce rabia: la lata está fraguada con el metal infame de la injusticia, vidas desahuciadas.

El paso del tiempo es otra constante en el libro, metáfora de la salvación: tiempos vendrán en que la justicia y su reductora belleza brillará con un fulgor. Y aludiendo a “ellos”, los verdaderos culpables: brillará con un fulgor que los ciegue sin remedio.

Termina con el poema Exilio. Es sinónimo de esperanza y el mar vehículo de salvación: no me asusta el bramido del mar, que he de cruzar sin brújula.

Y pasamos, sin transgresión a la segunda parte, con títulos como Origen, Grito de mujer, Sinestesia, Versos dormidos... Un espacio donde la luz insufla los poemas, donde el ser humano ocupa un lugar privilegiado, y es posible que encuentre la salvación. La mujer adquiere el protagonismo que se le ha negado, cuando debió pasar su existencia espiando su crimen, invitándola la poeta a vivir sin miedo.

El ritmo del verso es ágil. Verso libre con predominio de poemas breves. Con gran concisión. Aunque se alarga en algunos momentos en esta segunda parte.
  
Y producto de una gran eclosión de luz, llegan títulos como Sueño acuático, Comí chocolate, Jinete del aire. Títulos y versos de gran ternura: el colibrí se comió la lechuga. Con predominio de las sinestesias: traía la tarde un perfume a tomillo, manzanilla y amapola, la sinfonía del agua.
Tremendamente sensual es ese Jinete del aire, dedicado a Trinidad Sevillano. Dice de la bailarina que el eje de la tierra gira enamorado al compás de su cuerpo. La imagen me recuerda a la frágil bailarina de la caja de música. Y la poeta, Carmen Hernández Montalbán, me lleva a pensar que es una “maga”. Como en el último poema de este libro, El ilusionista, sentencia a modo de aforismo:
mi misión no es apagar las estrellas, consiste en encenderlas...










Por el Internet te quiero Andrés (teatro), por CARMEN HERNÁNDEZ MONTALBÁN.

Alumnos y alumnas de la Facultad de Biblioteconomía y Documentación (1996)

OBRA EN UN SOLO ACTO

 Autora: Carmen Hernández Montalbán
Una biblioteca a la vieja usanza, polvorienta, con catálogos manuales. Un bibliotecario con gafas y chaleco, demacrado, limpia el polvo de unos libros. Una limpiadora barre hacendosamente. El bibliotecario coge ahora un matamoscas y comienza a golpear por todos sitios.
 
LIMPIADORA: Hay mas polvo en este sitio que en la mansión de Drácula, hijo mío, a mí siempre me mandan a los sitios más percudíos.
 
            BIBLIOTECARIO: (Distraído) ¿Cómo dice...?.
            LIMPIADORA: ¡Lo que digo, es que esto está comío de polvo!,  ¡Ay Virgen Santa! (mirándolo de reojo y como dirigiéndose al publico) ¡encima es sordo...!. Lo que yo digo es que para qué se gastan tanto dinero en balde, tanto libro, con tanta letra menuda si aquí no viene ni Cristo.
            BIBLIOTECARIO: Pues mire usted por donde sí van a venir, hoy se va a juntar aquí “ciento y su madre”. Vienen a dar una conferencia.
            LIMPIADORA: ¿Aquí?, ¿Una conferencia aquí?, pero si este sitio tiene las puertas con las bisagras oxidadas.
            BIBLIOTECARIO: Pues ya ve usted, he mandado cartas a toda la vecindad y al alcalde, concejales, etc. A ver si fuera posible...
            LIMPIADORA: ¿Y de qué es la conferencia?
            BIBLIOTECARIO: (Carraspea y apresuradamente busca el programa entre unos libros) Pues... mire, si, aquí lo tengo. (Lee) Conferencia de Don Benito Rodríguez del Olmo y Suárez –Campillo sobre INTERNET.
            LIMPIADORA: ¡Valla hombre!, menos mal que viene alguien a hablar de “Interés”, porque hoy día, en el mundo todo va por el interés.
            BIBLIOTECARIO: Internet, he dicho In-ter-net (deletreando).
            LIMPIADORA: ¿Internet? ¡Ave María Purísima! ¿Y eso qué demonios es?
            BIBLIOTECARIO: Pues francamente, no sé qué decirle, sé que va de ordenadores y cosas así.
            LIMPIADORA: (pasmada por completo) Aaah! ¡Qué cosa...! a mí eso me sonaba como a algún miembro de la ETA o el GRAPO. Ya me imaginaba yo anunciado en los periódicos: “Cuarenta personas asesinadas por un INTERNET encapuchado en El Corte Inglés”, o también...”INTERNET detenido en la aduana de Algeciras”. ¡Uy, hijo mío, qué cosas más raras inventan!
 
            Entra un usuario, una joven estudiante de secundaria con su carpetita, muy moderna, invadida de pilsens. Está conectada a unos auriculares, se los quita un momento y se dirige al bibliotecario...
            JOVEN: Hola, venía a ver si hay algo de la transición española, es pa un trabajo que tenemos que hacer en historia, para el instituto.
            BIBLIOTECARIO: (La mira detenidamente y sonríe con ironía) ja..
            JOVEN: ¿Qué pasa, es que tengo monos en la cara? No te digo...
            BIBLIOTECARIO: (recobrando la compostura) No, si no es eso, perdona, es que aquí no puedes encontrar nada más allá de las Guerras Carlistas.
            LIMPIADORA: Calla hijo, déjate de guerras, que para guerras las que tengo con este suelo, voy a tener que llamar a la monja del anuncio ese de Xampa o Champa, como se diga, a ver si con una pasadita lo pone en color.
            JOVEN: ¡Pues estamos apañaos, joder!, ¿bueno qué...?
            BIBLIOTECARIO: No se, busca en los catálogos por si encuentras algo.
 
            La joven se acerca a los catálogos, suena otra vez música de ambiente. El bibliotecario insiste en cazar a la mosca y la limpiadora continua fregando. Se detiene la música...
 
            JOVEN: (Hablando para sí) ¡¿En qué marrón me ha metido este tío?! Pero esto cómo se come, si aquí no hay nada más que números... ¡Oye! ¿Esto qué es?
            BIBLIOTECARIO: ¿Qué es el qué?
            JOVEN: Que yo aquí no encuentro nada, que no entiendo estos números.
            BIBLIOTECARIO: A ver... ¿qué pasa, qué números?
            JOVEN: Pues estos que tienen tantos puntos y tantas comillas...
            BIBLIOTECARIO: (Se acerca a los catálogos) A ver, ¡Ah! Claro, la CDU, es que este catálogo es sistemático. ¿No conoces la CDU?
 
La joven lo mira como si de alienígena se tratara...
 
            JOVEN: Pues no, qué quieres que te diga...
            BIBLIOTECARIO: Es un tipo de clasificación, una clasificación en la que las materias de los documentos están ordenadas jerárquicamente, por ejemplo, si buscas documentos que traten de historia, tienes que ir al número 9 que engloba  todo lo que es historia. (El bibliotecario se queda satisfecho, como si acabara de dar una clase magistral).
            JOVEN: (Lo mira de reojo, naturalmente no se entera de absolutamente nada, suena un acorde de guitarra eléctrica. Hay un silencio) ¡Buenooo!!
 
El bibliotecario se pone a buscar en los catálogos.
 
            BIBLIOTECARIO: Pues no, como ya te he dicho antes, lo último que tenemos es un libro sobre las Guerras Carlistas...oye, pásate esta tarde por aquí, van a dar una conferencia
 
La joven que está a punto de salir por la puerta se vuelve.
 
            JOVEN: ¿Una conferencia? (la joven no sabe lo que es una conferencia) chachi tío, ¿de qué es?
            BIBLIOTECARIO: De INTERNET.
            JOVEN: (La joven queda un momento pensativa) No lo conozco, pero por el nombre tiene que ser un grupo de lo más cañero, ¡chachi, me mola! ¿Hay barril...?
            BIBLIOTECARIO: Creo que no.... (Ve a la chica salir) ¡Bueno, a lo mejor!
 
Se escucha música gregoriana, entra una monja.
 
            MONJA: Buenos días nos de Dios...
            BIBLIOTECARIO: Muy buenos.
            LIMPIADORA: Buenos días Madre Auxiliadora
            MONJA: Vengo a devolver un librito que pedí en préstamo la semana pasada, es de la Regla de San Benito de Nursia. Era un hombre admirable, un trabajador incansable, y muy culto. En su Regla incluyó como trabajos la lectura y la escritura como forma de servir a nuestro Señor...
 
            El bibliotecario bosteza.
 
            BIBLIOTECARIO: Pues sí... (Coge el matamoscas) ¡Ay que ver lo que molestan estas moscas!, y la culpa de todo la tiene el Ayuntamiento, hace tres meses que debían haber venido a poner ese cristal roto, pero así funcionan las cosas en este pueblo.
            MONJA: No se altere hijo, ¡ya se sabe! Que las cosas de palacio van despacio.
            BIBLIOTECARIO: Pues mire, ya que ha salido el tema de San Benito, aprovechando que Vd. Está aquí, esta tarde va a dar una conferencia Don Benito Rodríguez del Olmo y Suárez-Campillo sobre INTERNET.
             
            La monja lo mira extrañada pero sonríe.
 
            MONJA: ¡Ah! Pues mire Vd. qué bien, anda mira... (Carraspea) ¿Y a qué parroquia pertenece Don Benito?
            LIMPIADORA: ¡Que no madre, que eso no tiene nada que ver con la iglesia!, IN-TER-NET (silabea), es una conferencia que habla de los ordenadores esos y de todas esas máquinas que el demonio se las lleve.
            MONJA: ¡Válgame Dios! (se persigna), pero entonces D. Benito ¿quién es?
            LIMPIADORA: Vaya Vd. a saber, ¡gente gorda!
            MONJA: ¡Ah! Bueno, si es así, haremos por asistir y aprovecharemos la ocasión para darle a probar unas hojaldrinas deliciosas que estamos haciendo en el convento. Que tengan un buen día de San Benito, ¡y que no les cuelguen el sambenito!, ja, ja... vayan ustedes con Dios.
            BIBLIOTECARIO: Adiós madre, esperamos su asistencia.
 
Entra ahora un señor acompañado de ayudantes que cargan unas cajas con libros y enciclopedias nuevas, es el librero.
 
            LIBRERO: Buenos días ¿Qué tal?
            BIBLIOTECARIO: ¡Hombre Román! ¿Cómo tu por aquí?
            LIBRERO: Pues ya ves, a traer un pedido de libros y enciclopedias que hizo el Ayuntamiento ayer tarde.
            BIBLIOTECARIO: ¿El ayuntamiento?, esto es increíble, pero si hace tres años que pedí presupuesto para una renovación de fondos y siempre han hecho oídos sordos...
            LIBRERO: Ya ves, además, me encargaron que el pedido estuviera esta mañana.
 
            Los ayudantes montan unas estanterías y comienzan a colocar enciclopedias y libros, el bibliotecario está con la boca abierta.
 
            BIBLIOTECARIO: Pero bueno, habrá que catalogar esos libros ¿No?, ¿se puede saber a qué viene tanto trajín y tanta prisa?
            LIBRERO: Es por lo de la conferencia, ya sabes D. Benito, un señor muy importante de la Facultad de Biblio... (Dudando) te-lo-comía.
            LIMPIADORA: ¿Bibliotelocomía? ¡Jesús! Que nombres sacan ustedes ¿y ese quien es, el director de un manicomio?
            BIBLIOTECARIO: Que no mujer, se refiere a la Facultad de Biblioteconomía ¿no es eso?
            LIBRERO: Eso, eso quería decir...
 
            Los ayudantes montan una estantería y se ponen a comerse un bocadillo de chorizo, el bibliotecario los mira incómodo...
 
            BIBLIOTECARIO: Lo que faltaba pa el duro, bocadillitos en la biblioteca, con la de moscas que hay.
            LIMPIADORA: Ande, ande y no se apure, más valen esas moscas que otros moscones que andan revoloteando por el ayuntamiento (mira al librero).
 
            Entra otro señor muy bien vestido acompañado de otros ayudantes que cargan otras cajas, las dejan en el suelo y comienzan a instalar un ordenador.
 
            BIBLIOTECARIO: (Anonadado, se va acercando a los ayudantes técnicos y observa cómo lo instalan) creo que el futuro acaba de entrar en esta humilde morada. Muy buenos días señores.
 
            JEFE TÉCNICO: Buenos días (mira todo, apoya el codo en el mostrador y lo retira rápidamente, se ha puesto perdido de polvo) ¿No nos habremos confundido? Esta es la Biblioteca Municipal?
            BIBLIOTECARIO: Si señores, a su servicio (le tiende la mano) yo soy el bibliotecario.
            JEFE TÉCNICO: Nos han encargado la instalación de un ordenador “Pentium” en esta biblioteca. Tengo entendido que se va a dar una conferencia sobre redes de información.
            BIBLIOTECARIO: ¿¡Ah, sí!?
            JEFE TÉCNICO: ¿Va a ser aquí la conferencia de INTERNET?
            BIBLIOTECARIO: ¡Aaah  si!, pues si señor, aquí es.
 
            El escenario queda a oscuras, suenan las campanadas del reloj anunciando los cuartos. Se escucha el murmullo de una gran masa entrando. Se encienden las luces y aparece un señor elegantemente vestido y un poco estrafalario, con frac, las mangas le quedan cortas, peinado por delante y despeinado por detrás, lleva gafas grandes y un poco torcidas, una jarra de agua, un atril de música, dos o tres libros pesados. Deja todo en el suelo y comienza a montar el atril. Es extremadamente nervioso, se le caen los libros al suelo. Inseguro carraspea y comienza a tartamudear...
 
            DON BENITO: Bu bu buenas tardes (le sale un gallo) yo soy Don Benito Rodríguez del Olmo y demás..., mi apellido como ven es demasiado largo..., en realidad ese no es mi apellido, pero ya saben, un apellido largo y rimbombante siempre queda bien en los programas...ja, ja, ja... (Ríe, es una risita histérica). He venido a la Biblioteca P. M. A presentar la conferencia que tendrá lugar aquí hoy ¿Una conferencia?, pues una conferencia, nunca viene mal...Pero no se confundan, yo no soy el que va a dar la conferencia. Esta de hoy es una conferencia de vital interés para las bibliotecas públicas, para ello... (Se apresura a buscar entre los papeles desordenados) hemos invitado a  la Sra. Eudora Correa, Doctora en Tecnología de la Información y es docente en la Facultad de Bibliotelocomía (se pone rojo) perdón, de Biblioteconomía y Documentación.
 
            Aparece la Sra. Eudora Correa, mujer exuberante vestida de negro, piernas larguísimas, rubia y muy sexy. Al verla aparecer a nuestro presentador se le cae todo al suelo (es un decir). Se dispone a recogerlo, y al levantar la vista se encuentra con las piernas de la Señora Eudora, se levanta lentamente situándose muy cerca del escote. Esta lo retira con un dedo sobre la frente de Don Benito.
 
            EUDORA: Gracias, puede retirarse (se escuchan ovaciones y silbidos de admiradores), Gracias por este cálido recibimiento. Es un placer para mí el tener la oportunidad de venir a esta B. P.M. Ya veo que es una biblioteca moderna, que están automatizados y demás, en fin, de eso precisamente es de lo que trata el tema de hoy.  Y por ello, la primera cuestión que se nos plantea es ¿Será la B. P. del futuro diferente a la tradicional? Pretendo que esta conferencia sea una conferencia interactiva en la cual la gente opine, intervenga... ¿qué opina nuestro bibliotecario?
 
El bibliotecario se levanta tímidamente del asiento, con el matamoscas en la mano se rasca la cabeza.
BIBLIOTECARIO: Pues no sé qué decirle... ¿lo será? ¿No? (se dirige al público pidiendo colaboración) ¿Quizá?, es una cuestión curiosa a mi parecer... y bastante desconcertante.
            EUDORA: ¿Desaparecerán las B. P.? ¿Tendrán las B.P. alguna función que desempeñar?, o quizá la pregunta debería ser... ¿Cuándo desaparecerán las B.P.?
             
            Una señorita del público pide la palabra...
             
            EUDORA: Veamos, tenemos aquí alguien que opina...
            CHICA DEL PÚBLICO: Pero eso es imposible, si las bibliotecas desaparecen ¿dónde vamos a leer?, ¿Dónde vamos a buscar la información?
            EUDORA: Buena pregunta... desde hace más de quince años hemos sido testigos del desarrollo de sofisticados sistemas de información y de la proliferación del ordenador personal; no obstante, todas las B. P. que he visto recientemente ofrecen el mismo aspecto que hace veinte años. En ellas encontramos libros y usuarios. Los avances de la tecnología de la información han cambiado la presentación de los servicios; pero sus planteamientos son los mismos que hace años ¿Tendrá la B. P. alguna función que desempeñar?
            CHICO DEL PÚBLICO: ¡Naturalmente que sí!, todo no se basa en eso de los ordenadores, ni en los CD ROM, ni en los bytes ni en los Mb, ¡vamos digo yo, que pa eso estoy estudiando de eso! Si pensamos así cualquier día las maquinitas esas nos tragan... ¿ha visto usted Terminator?
            EUDORA: Si la revolución de INTERNET, fomentada por los medios de comunicación, llega a ser una realidad en la que el ciudadano allí donde esté cuente con una fuente ilimitada de información... (La corta otro del público)
            SEÑOR DEL PUBLICO: ¿Y para qué queremos tanta información? Dígame para que, donde la vamos a meter ¿Acaso hay sitio en esta ratonera de biblioteca?
            EUDORA: El problema del espacio es algo que quedaría solucionado con este tipo de redes. Quizá ustedes no alcancen a entenderlo así, a primera vista. Y sin embargo es una paradoja  INTERNET  es tan grande, que cuando se menciona su tamaño es difícil tomar conciencia de su magnitud.
            MONJA: ¡Eso! esa misma comparación les pongo yo a los niños de la catequesis cuando les explico el misterio de la Santísima Trinidad.
            EUDORA: (sonríe confundida), Debemos entender que los orígenes académicos de INTERNET han repercutido en su desarrollo. Muchos descubrimientos importantes se han hecho por personas que buscando algo muy concreto, se han encontrado con algo completamente distinto.
            JOVEN: (la del instituto) ¡Que me lo digan a mí, no te jode…!
            EUDORA: El caso de Isaac Newton, quien descubrió la gravedad al caerle una manzana mientras leía bajo un árbol es un ejemplo extremo de este fenómeno. Nuestro estudio sobre el acceso público es un experimento controlado y limitado a doce conejillos de indias que son una muestra representativa de los doce usuarios habituales de una biblioteca. (Se van colocando uno tras otro todos los personajes que han intervenido en la obra) Puede que esta muestra no sea equilibrada y que no haya sido elegida al azar, pero esto no es algo que nos preocupe por ahora. Nuestro objetivo realmente es entender mejor su utilización y rentabilidad. ¿Cómo podemos ayudar a la gente a usar INTERNET de un modo eficaz? ¿Qué beneficios les reportará? ¿Qué les resultará más fácil y más difícil?, ¿Cómo podemos ayudarles a ganar confianza? Nuestro propósito está más relacionado con el proceso que con los resultados. Muchas gracias por su atención.
 
            Se apagan las luces del escenario, se encienden después de los aplausos y van pasando unas pancartas en las que se lee: QUEREMOS BIBLIOTECAS PÚBLICAS VIVAS Y CON INTERNET.
 
TELÓN

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