LA VIEJA ESPINA


En la venganza, como en el amor, la mujer es más bárbara que el hombre.
Friedrich Nietzsche (1844-1900)
Deberías ir a verla mujer, agua pasada no mueve molino, ya han pasado muchos años. Vas y se acabó. ¿A ti qué más te da…? ni ella se acordará ya, ni tú tampoco, ni mucho menos la gente de la calle, los que van y vienen y miran hacia tu ventana como diciendo: pues sí que es esta rencorosa, después de cuarenta y dos años todavía se la tiene guardada, viviendo como viven puerta con puerta. A ti te la trae al fresco lo que diga la gente de la calle, ni que Fulanita te mire en la peluquería después como a una leprosa o te despelleje en cuanto te des la vuelta. Bastante tiene Fulanita con su vida que no es poco, le salieron dos hijas embarazadas sin que nadie respondiera por ellas. Unas verdaderas golfas es lo que son las dos, pero en la vida de nadie ¿quién se mete? De lo que pasó entonces apenas se acuerda nadie aunque en su momento corriera de boca en boca, en los pueblos ya se sabe, era un secreto a voces. Porque aunque Fermín se fue una semana a la casa de su madre, su p… madre que le dio cabida después de lo que me hizo. Sí, ya sé, una madre siempre es una madre, decía “mete la mano en tu pecho”.  ¿Y por qué no lo hizo su hijo, meter la mano en su pecho en lugar de hacerlo donde no debía? Aun así lo perdoné ¿A dónde iba yo con la carga? Sola, sin más consuelo que la noche y el día, con siete que se dice pronto. Porque eso de que donde comen dos, comen tres, nada de nada, comen tres si se echa para otro. Pues aunque tampoco ganaba una fortuna, íbamos tirando, que trabajo no le faltaba gracias a Dios  y con alguna que otra chapuza los fines de semana, íbamos marchando. Pero ella lo pagó caro, porque en esta vida se paga todo, arriba nada de nada ¡pamplinas! Probó de su propia medicina. A las dos semanas recibió una carta de Jacinto que estaba en Suiza. Debió ser una despedida, pues hasta el día de hoy no se le ha visto el pelo. Pero de eso nadie se acuerda hoy, después de treinta años. ¡Pues entonces!  A quién le importa que Fermín que en paz descanse, aquella tarde en mala hora tuviera que ir a su casa, y en lugar de arreglarle la Singer echara una canica al aire, como él decía. ¡El sinvergüenza! Que Dios lo tenga en la gloria, pero era un sinvergüenza, eso es lo que era. Y ella… mejor me callo que ya doblan a muerto, voy a bajar de una vez, que descanse en paz o que el demonio se la lleve.

Texto: Carmen Hernández Montalbán
Ilustración: Elena Hernández Tórres

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